domingo, 9 de octubre de 2011


La soledad de Lemon.
Eva Palencia

Samuel había acabado su cena y se disponía a prepararse el postre. Yo, más lenta, seguía entretenida con el filete y las noticias de la noche. De pronto, Samuel se puso ante mí y con cara compungida me dijo:
- Mamá, ha sucedido algo.
- ¿Qué has hecho esta vez?¿se te ha vertido la leche?
- No, algo peor. Creo que Orange se ha muerto. No se mueve.
Me levanté rápidamente y entré en la cocina. En efecto, no abría la boca, ni batía las aletas. No se desplazaba de un lado a otro, no rozaba las paresdes de la pecera con los labios ni giraba su pequeño cuerpo repentinamente cuando yo golpeaba suavemente la pecera con mis dedos. No hacía ninguna de esas cosas que solía hacer desde que lo habíamos traído a casa, cinco días atrás, desde que había empezado a convertirse en una presencia habitual, en parte de nuestra rutina y nuestra vida. Había dejado de ser y ahora siemplemente estaba.
Samuel se sentía un poco triste, no demasiado. Yo no sabía si tenía que sentir algo.
-¿Qué hacemos mamá, lo enterramos?
-Si,claro.
Lo cogimos y después de repasar las posibilidades decidimos poner su cuerpo al lado de la lavanda que habíamos plantado a la entrada de la casa. Seguidamente lo cubrimos con la tierra y tras lavarnos las manos nos plantamos delante de Lemon a observar cómo se desplazaba de un lado a otro ya sin compañía.

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