jueves, 29 de marzo de 2012


Una gallina (Hontanillas)
Eva Palencia

Un día mi padre me trajo un perro. Por lo visto se lo habían dado en una finca a la que había ido a recoger estiércol. Era pequeño y negro, con cara de bueno. Yo lo cogí y lo apreté hasta que empezó a revolverse, agobiado por mi abrazo. Esa noche me fue difícil dormir por la emoción. A la mañana siguiente me desperté antes de tiempo y me fui a verlo.
Cada día, al volver de la escuela, lo sacaba a pasear atado, pues Tom, que así se llamaba mi perro, tenía debilidad por las gallinas que se contoneaban por las calles del pueblo. Para que no se despistase corriendo detrás de ellas comencé a irme al campo, por el camino del cementerio, y por allí lo soltaba y él brincaba como las cabras que se acercaban curiosas a verlo.
Fueron días increíbles en los que tuve un sentimiento de plenitud. Tenía un ser vivo que me pertenecía por completo y al que parecía gustarle. Tom era tierno y adorable y yo pensaba todo el día en él y sentía cosas que aún no sabía descifrar.

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