miércoles, 31 de agosto de 2011


La piscina del hotel (Salou)
Eva Palencia

Hace cuatro años comencé a nadar habitualmente. Me di cuenta que nadando podía abandonar mi mente junto a la toalla y así dejar de pensar. También, a veces, asombrosamente, conseguía quitarme el corazón antes de zambullirme y dejaba de sufrir durante treinta largos. Nadar me salvó. Por eso, desde entonces, cuando viajo me aseguro que todos los hoteles a los que voy tengan piscina, por si acaso, de repente, la vida intenta ahogarme de nuevo.

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