viernes, 15 de abril de 2011


Suavidad
Sara Gómez

Hoy me he despertado a las siete y cuarto, como casi siempre, y no me he levantado hasta y media. Ese cuarto de hora es una eternidad que me amenaza a diario, cada vez que, por sumirme en experincias que no pertenecen ni al sueño ni a la vigilia, pierdo la noción del tiempo y luego, entre topezones y prisas, consigo no llegar tarde al trabajo.
Tengo una buena relación con las sábanas y mantas de mi cama. Las quiero y me adoran. Nos abrazamos cada noche y así nos despertamos. Ellas me hacen soñar y yo las acompaño en esa soledad que sufren las cosas. Nos llevamos muy bien y, por eso, nos añoramos en la distancia. Mañana, por ejemplo, las echaré de menos, pero sólo en parte, pues aunque mañana ya no estaré en mi casa, ni en mi cama, podré prolongar mis sueños, mi tiempo nocturno, y también esos minutos tan extraños que preceden a la activación de mis extremidades.
Me voy de vacaciones.

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